Esto lo escribí hace como 10 años tal vez, espero terminarlo un día.
Era aún de madrugada cuando Josué y yo lo vimos caer desde el cielo, parecía que una estrella había decidido abandonar el firmamento, para caer en un lote baldío a dos calles de su departamento, que esa, como otras madrugadas había sido también mío.
Teníamos ganas de ir a ver, pero la escuela y posteriormente el trabajo llamaban a mi responsabilidad, así que me fui, dejando a mi compañero solo, para investigar algo que después yo también conocería.
Habían pasado dos horas desde entonces cuando Josué llamó a mi celular pidiéndome que viniera rápido. Conociendo el antecedente de la diabetes de aquel hombre, me apresuré a salir pensando en una emergencia. Cuál sería mi sorpresa al llegar y ver a un hombre dormido en el sillón y a mi novio velándolo en silencio.
Josué se acercó a mí con una sonrisa extraña y me preguntó si creía en los milagros, ante mi muda incredulidad se apresuró a contestar que hoy conocería uno.
Debo admitir que su mirada me asustó, no comprendía el porqué de su fascinación con aquel hombre, pero estaba dispuesta a averiguarlo.
El visitante al darse cuenta de mi presencia pareció inquietarse y cubriéndose con una cobija se puso de pie sin dejar de mirarme y sonriendo de manera extraña se despojó de esta y se puso de espaldas, grandes alas blancas salían de su tersa piel azulada y ligeras plumas de sus alas. No salieron palabras de mi boca, estaba asombrada y solo pude sentarme en una silla mientras seguía mirando al hombre alado y el mito se convertía en realidad.
Mi compañero me animó a tocarlo y yo sorprendida lo miré como si no lo conociera ¿Cómo podía estar tan tranquilo cuando un “ángel” habitaba en su casa? Viendo mí asombro y que no había pronunciado palabra me dijo –yo también me asusté al principio, pero si lo miras bien te darás cuenta de que es muy similar a nosotros-. Por un lado tenía razón, así que traté de tranquilizarme, me puse de pie y me aproximé al hombre alado, que para ese entonces ya estaba de frente y me miraba fijamente, tomó mi mano y la puso en su cara al mismo tiempo que ponía su mano en la mía, no sé porque, pero me pareció escuchar una voz, -quédate conmigo- me decía. -¿Qué dijo? Pregunte mirando a Josué, -nada, yo no escuche nada- dijo extrañado, -es que me pareció… - dije insegura, después de pensarlo le hice una pregunta directa al alado, -tú, ¿tienes nombre?- , él se señaló y solo dijo una sílaba –Set-, aquel ángel que solo imaginábamos en oraciones, leyendas y alguna que otra droga psicotrópica, tenía nombre y así lo llamamos hasta hoy.